El Everest, un basurero a 8,848 metros: ¿Hasta dónde llega la irresponsabilidad humana?
El monte Everest enfrenta una crisis ambiental debido al turismo masivo, con desechos que incluyen plásticos y excrementos humanos, según estudios recientes
Nepal.- Las imágenes son crudas y no dejan lugar a dudas: el techo del mundo, el monte Everest, se ha convertido en un vertedero a cielo abierto. Carpas abandonadas, plásticos, envoltorios y hasta 12,000 kilos de excrementos humanos se acumulan en sus laderas, un recordatorio implacable de la huella que deja el turismo masivo en uno de los lugares más inhóspitos del planeta.
El problema no es nuevo. Desde hace décadas, el aumento exponencial de expediciones ha traído consigo una crisis ambiental que parece no tener fin. Según estudios recientes, como el publicado en ScienceDirect en 2020, la contaminación por microplásticos ha llegado incluso a los 8,440 metros de altura, en el llamado "balcón" del Everest, uno de los últimos puntos antes de la cumbre. Esta basura no solo afecta la estética de un lugar considerado sagrado por muchas culturas, sino que también pone en riesgo la salud de los ecosistemas y las comunidades locales que dependen de los glaciares para su sustento.
El gobierno nepalí ha intentado mitigar el problema con iniciativas como el depósito de 4,000 dólares que se devuelve a los alpinistas si regresan con su basura, una medida que, aunque bienintencionada, parece insuficiente frente a la magnitud del problema. En 2021, se retiraron 11 toneladas de desechos, pero la cifra palidece frente a las 200 toneladas que se estiman que se acumulan cada año, según reportes de National Geographic.
La pregunta que surge es inevitable: ¿cómo es posible que, en un lugar donde el acceso es tan limitado y el costo tan alto, no se impongan medidas más estrictas? ¿Por qué la responsabilidad ambiental no forma parte integral del espíritu aventurero? El Everest no solo es un desafío físico, sino también un testamento de la capacidad humana para destruir incluso los lugares más remotos.
Mientras tanto, proyectos como el NeverRest buscan soluciones tecnológicas, pero la raíz del problema sigue siendo la misma: la falta de consciencia de quienes visitan el Everest. Quizás sea hora de replantear no solo cómo subimos, sino también cómo dejamos este lugar para las futuras generaciones. Porque, al final, el verdadero logro no debería ser llegar a la cumbre, sino preservarla.