El Senado arde: ¿Fascismo de derecha o represión 4T? La marcha Z desata guerra total en el Congreso
Durante la sesión del 19 de noviembre, morenistas y opositores intercambiaron señalamientos por la protesta del 15-N; la presidenta de la Mesa Directiva cerró el tema tras minutos de caos verbal
CDMX.- Imagina el hemiciclo del Senado como un ring improvisado: senadores gritando, carteles alzados como guantes de boxeo, y la presidenta de la Mesa Directiva, Laura Itzel Castillo, pidiendo orden en vano. Así fue la sesión del miércoles 19 de noviembre, cuando un debate anodino sobre la renuncia de un juez mutó en un ajuste de cuentas por la controvertida marcha de la Generación Z del sábado anterior. “Por fin se quitó la máscara la derecha y mostró su rostro fascista y violento”, tronó Gerardo Fernández Noroña, de Morena, desatando el caos. Pero, ¿quién dice la verdad en esta polarización que huele a déjà vu de los 80?
Para contextualizar: la marcha del 15 de noviembre reunió a miles en el Zócalo capitalino, convocada inicialmente en servidores de Discord por jóvenes hartos de la violencia cotidiana y el asesinato de Carlos Manzo, un crimen que encendió la mecha contra el gobierno de Claudia Sheinbaum, apenas asentada en el poder. Lo que empezó como un grito generacional –pancartas con “One Piece” y consignas contra la inseguridad– derivó en choques con la policía: 120 heridos, 40 detenidos, y acusaciones de “encapsulamientos” y toletazos por parte de la oposición. Morena lo pinta como un montaje financiado: Edson Andrade, supuesto líder, habría cobrado dos millones de pesos por “jugar a ser apartidista”, y detrás asoman sombras como Claudio X. González o Federico Madrazo, financistas opositores. La oposición replica: fue represión pura, un eco del autoritarismo que Morena juró erradicar, con la CIDH ya metiendo la lupa por posibles torturas.
En el Senado, la brecha se hizo grieta. Manuel Añorve (PRI) contraatacó: “La gente salió por el enojo, por la violencia, por el asesinato de Manzo. México quiere paz, no presos políticos”. Martha Lucía Mícher (Morena) no se quedó atrás, desempolvando el archivo negro de la derecha: Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa, Tlatlaya, los caídos del 68 y 71, el movimiento magisterial Río Blanco. “¡Qué desmemoriados, son asesinos! Aquí se vienen a llenar, a desgarrar, a decir que son los puros de la historia”, espetó, defendiendo a la 4T de la etiqueta de represor. La oposición desplegó mantas como “Morena: abrazos a criminales, patadas al pueblo” y “Morena prometió no reprimir y terminó pateando a estudiantes”. El intercambio escaló a cánticos –”¡Fuera Morena!” versus “¡Es un honor estar con Claudia!”– hasta que Castillo Juárez clausuró el tema, exhausta.
Críticamente, esto no es solo ruido: revela una oposición minoritaria (cuatro contra la mayoría morenista) recurriendo al victimismo para amplificar un movimiento juvenil que, irónicamente, Discord lo gestó como ciudadano antes de que lo “adoptaran” los de siempre. Morena, por su parte, cae en la trampa de demonizar a la Generación Z como “fascistas importados”, ignorando que el descontento real –inseguridad al alza, con 30 mil homicidios anuales– no se apaga con descalificaciones. Sheinbaum, que prometió diálogo, enfrenta su primer bache: ¿reprimir o escuchar? Si el Senado es el termómetro, la fiebre sube, y la democracia mexicana, con sus cicatrices abiertas, podría pagar el pato. ¿Próxima parada: más marchas, o un pacto frágil? El reloj corre.



