El Tren Maya y el auge del tráfico de especies: un ecocidio en la selva
Informes de ECOSUR y la agrupación Serendipia advierten que el Tren Maya afecta a más de 94 especies, incluyendo murciélagos, monos araña y tortugas, al alterar sus rutas de vuelo y reproducción
CDMX.- La construcción del Tren Maya, el megaproyecto insignia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, prometía conectar el sureste mexicano y detonar el desarrollo económico de la región. Sin embargo, a su paso por Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, ha dejado una estela de devastación ambiental y un alarmante incremento en el tráfico de especies protegidas. Los datos son contundentes: en Quintana Roo, los decomisos de animales y plantas alcanzaron un pico de 13,355 ejemplares en 2021, coincidiendo con el auge de las obras del Tramo 5. Este no es un daño colateral menor; es una crisis ecológica que amenaza la biodiversidad de una de las regiones más ricas de México y pone en entredicho las promesas de un proyecto “sustentable”.
Un boom de tráfico en la sombra del tren
El sureste mexicano, hogar de la Selva Maya y hotspot de biodiversidad mesoamericana, alberga especies emblemáticas como el jaguar, el mono aullador, el tapir y diversas tortugas, muchas en peligro de extinción. Sin embargo, la construcción del Tren Maya ha abierto caminos —literal y metafóricamente— para el tráfico ilegal. Según datos obtenidos por EMEEQUIS a través de solicitudes de transparencia, Quintana Roo registró un aumento exponencial en los decomisos de especies protegidas: de 130 ejemplares en 2017 a 894 en 2018, y un salto dramático a 13,355 en 2021. Entre los casos más graves está la incautación, en febrero de 2021, de 63 cocodrilos de pantano y 25 tortugas de monte mojina en Benito Juárez, ambas especies bajo protección especial.
En contraste, Campeche muestra una tendencia errática: 273 decomisos en 2017, un desplome a solo una incautación en 2020, y un repunte a 67 en 2023. Estos números, aunque menores, no son menos preocupantes, pues sugieren una falta de consistencia en la vigilancia y posibles lagunas en el control del tráfico. La correlación temporal entre el avance del Tren Maya, especialmente en el Tramo 5, y el aumento de decomisos en Quintana Roo es innegable. La pregunta es: ¿qué tan efectivo es el combate a este delito si los números reflejan solo la punta del iceberg?
Promesas rotas y selvas fragmentadas
En 2018, López Obrador aseguró en una entrevista con Carmen Aristegui que el Tren Maya no talaría “ni un solo árbol”. La realidad ha sido radicalmente distinta. Estimaciones independientes, como las reportadas por El Financiero, indican que se han deforestado más de 11,000 hectáreas, con entre 3.4 y 10 millones de árboles talados. Organizaciones como Selvame del Tren y el Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza han documentado la fragmentación de corredores biológicos, la contaminación de 30 cenotes y la destrucción de hábitats clave para especies como el jaguar, cuya población en México (unos 4,800 ejemplares) enfrenta un riesgo crítico.
El impacto no se limita a la deforestación. La construcción ha generado ruido, vibraciones y contaminación química, creando barreras que restringen el movimiento de la fauna. Informes de ECOSUR y la agrupación Serendipia advierten que el Tren Maya afecta a más de 94 especies, incluyendo murciélagos, monos araña y tortugas, al alterar sus rutas de vuelo y reproducción. Los “pasos de fauna” prometidos —63 para mamíferos grandes y 2,016 metros para pequeños vertebrados— son insuficientes, según expertos, y no mitigan el efecto de “embudo” que facilita la cacería furtiva. Juan Carlos Cantú, de Defenders of Wildlife, lo resume crudamente: “Los traficantes solo tienen que esperar en los pasos de fauna”.
Muertes silenciadas y opacidad oficial
Las promesas de cuidado ambiental chocan con una realidad de opacidad y minimización. EMEEQUIS ha documentado testimonios de trabajadores del INAH que describen muertes accidentales de iguanas, boas y tortugas, a menudo por maquinaria como motosierras. En 2023, se reportaron casos de caza ilegal por parte de trabajadores, aunque los equipos ambientales intentan frenarlos. La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) admitió en 2024 la muerte de 17 animales (12 ovinos, 2 caninos y 3 bovinos), pero sin detallar especies ni circunstancias, lo que genera dudas sobre la veracidad de los reportes.
Fonatur y Semarnat, responsables de los informes ambientales, han sido evasivos. Un documento de Semarnat, por ejemplo, reportó el rescate de solo 3 tarántulas, 2 tortugas y 5 lagartijas en 7 kilómetros de desmonte, una cifra irrisoria para un ecosistema tan biodiverso. La falta de registros oficiales sobre animales muertos o desplazados refuerza la percepción de que el gobierno prioriza la narrativa del progreso sobre la conservación.
Un proyecto contradictorio
El Instituto Mexicano del Transporte (IMT) sostiene que el Tren Maya desalienta la tala ilegal y el tráfico de especies al promover el turismo sostenible y la conectividad. Sin embargo, esta visión optimista contrasta con la evidencia. La apertura de nuevas vías de acceso, como carreteras y caminos de terracería, facilita la entrada de traficantes. La bióloga Patricia Escalante, de la UNAM, ha señalado que el aumento de turistas y la urbanización asociada al tren podrían agravar la explotación de la región, un fenómeno ya visible en polos turísticos como Cancún.
Por otro lado, las comunidades indígenas, cuyos territorios atraviesa el tren, denuncian falta de consulta y militarización de la zona, según el Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza. La carga turística proyectada —como los 3 millones de visitantes anuales que se esperan en Calakmul, frente a los 40,000 actuales— amenaza con colapsar ecosistemas frágiles y exacerbar el tráfico de especies.
¿Progreso a qué costo?
El Tren Maya no es solo un proyecto de infraestructura; es un símbolo de las tensiones entre desarrollo y conservación. Mientras el gobierno celebra la conectividad y los empleos generados, la selva paga un precio irreversible. La tala masiva, la fragmentación de hábitats y el auge del tráfico de especies no son meros efectos secundarios, sino consecuencias previsibles de una obra que careció de estudios ambientales exhaustivos, como denunció YoAmoaLaCiencia en X. Con solo 1,200 pasajeros diarios frente a los 22,000-37,000 esperados, según un análisis en X, el impacto ambiental parece desproporcionado frente a los beneficios.
El desafío para el gobierno de Claudia Sheinbaum, que ha reconocido tímidamente el daño ecológico, es claro: implementar medidas efectivas para frenar el tráfico de especies, restaurar ecosistemas y transparentar los costos ambientales del tren. Sin acciones concretas, el legado del Tren Maya no será el desarrollo, sino un ecocidio que hipotecará el futuro de la Selva Maya y sus habitantes, humanos y no humanos.