La contradicción de Sheinbaum sobre los narcocorridos: libertad para un género que domina el 30% de las reproducciones en Spotify México, pero con un llamado a su desaparición gradual
La contradicción se agrava cuando Sheinbaum extiende su crítica a las series que glorifican el narco, señalando: “Nos referimos a las canciones, pero también a las series de televisión.
CDMX.- En un país donde los narcocorridos representan cerca del 30% de las reproducciones en Spotify México, reflejando tanto una fascinación cultural como una cruda realidad, la presidenta Claudia Sheinbaum ha desatado controversia con una postura que oscila entre la defensa de la libertad creativa y un velado deseo de contención. Durante su conferencia matutina de este lunes, descartó como “absurdo” prohibir el género, pero instó a los artistas a abandonar letras que exalten las drogas, la violencia o la misoginia, insinuando una erosión paulatina de su presencia. “No prohibimos un género musical, eso sería absurdo. Lo que estamos planteando es que las letras no hagan apología de las drogas, de la violencia, violencia contra las mujeres, o ver a la mujer como objeto sexual”, declaró, dejando al descubierto una contradicción que pone en evidencia la dificultad de enfrentar un fenómeno musical profundamente arraigado en el tejido social de México sin herramientas claras para atacar sus raíces.
Esta ambivalencia salió a relucir tras los disturbios en el Palenque de Texcoco el 11 de abril, cuando el cantante Luis R. Conriquez canceló su presentación por negarse a interpretar narcocorridos, desatando la furia del público. Sheinbaum condenó los hechos, diciendo: “En el caso de Texcoco, condenar lo que ocurrió. Esta violencia que se generó después de que un grupo se negó a cantar una serie de corridos, de canciones, no sé qué género musical es”. Su aparente distanciamiento del fenómeno contrasta con su peso cultural: según datos de Spotify de 2024, los corridos tumbados, evolución moderna de los narcocorridos impulsada por artistas como Peso Pluma y Conriquez, acaparan alrededor del 30% de las reproducciones en México, conectando con una juventud marcada por los 30,968 homicidios registrados en 2023, según el INEGI.
El rechazo de Sheinbaum a la censura —“¿Cuál es nuestra posición? Nosotros creemos que se tiene que ir construyendo en la sociedad una negativa a los contenidos que hacen apología de las drogas o misoginia”— es sensato, considerando fracasos como el veto de Chihuahua en 2011, que solo aumentó el atractivo del género. Sin embargo, su visión de un “consenso social” para mermar la influencia de los narcocorridos resulta difusa, más aún cuando añade: “Queremos una conciencia social en nuestro país, que poco a poco deje de construirse los corridos, corridos tumbados, bandas vinculadas a estos temas”. Este llamado a “dejar de construir” estos contenidos nubla su postura: ¿es libertad para los artistas o una presión indirecta hacia la autocensura? En zonas como Sinaloa, donde los cárteles ejercen control, estas canciones son más que entretenimiento: son una narrativa de supervivencia que llena vacíos que el Estado no ha atendido.
La contradicción se agrava cuando Sheinbaum extiende su crítica a las series que glorifican el narco, señalando: “Nos referimos a las canciones, pero también a las series de televisión. A todo lo que se ha construido a partir de la apología del narcotráfico, como si acercarse a un grupo delictivo de la delincuencia organizada fuera una opción de vida para los jóvenes”. No obstante, evita confrontar a los gigantes mediáticos —Netflix y Amazon Prime, cuyas series como Narcos representaron el 15% de la demanda de streaming en México en 2023, según Parrot Analytics— que lucran con las mismas narrativas que critica. Pretender que la sociedad rechace un género que refleja experiencias vividas, sin abordar problemas estructurales como el 95% de impunidad en delitos (México Evalúa), reduce su exhorto a un discurso que suena más idealista que viable.
El equilibrio que busca Sheinbaum esquiva el autoritarismo de las prohibiciones, pero carece de un plan concreto para transformar una cultura donde los corridos tumbados reinan en el 30% de las listas de Spotify. La estrategia de “abrazos, no balazos” promulgada por su antecesor AMLO como un sello de la 4T frente al crimen organizado, choca con una realidad donde los cárteles moldean aspiraciones y la música las refleja. Sin atacar la desigualdad o la impunidad, su esperanza de que los mexicanos abandonen los narcocorridos —cuyos ritmos suenan en una de cada tres canciones reproducidas— parece un objetivo lejano, dejando su postura como un intento de criticar la violencia que, al mismo tiempo, refleja su complejidad intratable.