Las remesas: ¿Triunfo económico o reflejo de un México fallido?
En informes oficiales y discursos, el gobierno no escatima en elogios, calificando a los migrantes como “héroes y heroínas” que, desde el extranjero, impulsan el bienestar de México.
CDMX.- En 2024, México alcanzó un nuevo récord histórico: 64,745 millones de dólares en remesas, un incremento del 7.6% respecto al año anterior, según el Banco de México. Este flujo, que posiciona al país como el segundo mayor receptor mundial de remesas, solo detrás de India, es presentado por el gobierno de Claudia Sheinbaum como un pilar de la estabilidad económica. Representando cerca del 3.5% del PIB, las remesas superan los ingresos por turismo, exportaciones agropecuarias e incluso la inversión extranjera directa en algunos años. Provenientes principalmente de mexicanos que trabajan en Estados Unidos —con California, Texas, Illinois y Nueva York como los mayores puntos de origen—, estos recursos sostienen a millones de familias en comunidades rurales y urbanas. En informes oficiales y discursos, el gobierno no escatima en elogios, calificando a los migrantes como “héroes y heroínas” que, desde el extranjero, impulsan el bienestar de México. Sin embargo, detrás de esta narrativa de triunfo se esconde una realidad más sombría, las remesas son un testimonio elocuente de las fallas estructurales de un Estado que no ha sabido retener a su gente.
Un fenómeno con raíces profundas
La migración mexicana hacia Estados Unidos no es un hecho aislado ni reciente. Durante décadas, millones han cruzado la frontera en busca de mejores condiciones de vida, impulsados por una combinación de factores que reflejan los desafíos históricos y actuales del país. La desigualdad económica es uno de los principales motores. Según el INEGI, más del 50% de la fuerza laboral mexicana trabaja en el sector informal, en empleos precarios con salarios que apenas alcanzan para cubrir necesidades básicas. El salario mínimo, aunque ha aumentado en los últimos años, sigue siendo insuficiente en un contexto de inflación y costo de vida creciente. En contraste, un trabajador en la construcción o la hostelería en Estados Unidos puede ganar en un día lo que en México obtendría en una semana, incluso en empleos no calificados.
A esta precariedad económica se suma la inseguridad crónica. En 2024, México registró más de 30,000 homicidios, según estimaciones de organizaciones como Causa en Común, un nivel de violencia que no cede pese a la creación de la Guardia Nacional y las promesas de pacificación. El narcotráfico, con su control sobre regiones como Michoacán, Guerrero, Sinaloa y Tamaulipas, ha convertido a comunidades enteras en zonas de alto riesgo. La extorsión, los secuestros y los enfrentamientos entre cárteles desplazan a familias que, ante la falta de protección estatal, ven en la migración una vía de escape. Incluso en áreas urbanas, la delincuencia común —robos, asaltos, feminicidios— alimenta una percepción de inseguridad que empuja a muchos a buscar refugio al norte.
Las remesas: un alivio económico con un costo humano
Las remesas son, sin duda, un salvavidas para millones de hogares mexicanos. En estados como Oaxaca, Guerrero y Michoacán, donde la pobreza afecta a más del 40% de la población, según CONEVAL, estos recursos financian desde la compra de alimentos hasta la construcción de viviendas o el acceso a educación. En 2024, las remesas representaron una fuente de divisas más estable que el turismo, afectado por la pandemia, y que muchas exportaciones tradicionales. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el acumulado de remesas superó los 290,000 millones de dólares, equivalente a más del 18% del PIB, según datos oficiales. Este flujo ha permitido a México capear crisis económicas y mantener un nivel de consumo interno que, de otro modo, sería insostenible.
Pero este alivio económico tiene un costo humano inmenso. Cada dólar enviado representa una familia separada, un sueño pospuesto, una vida reconstruida lejos de la tierra natal. Los migrantes, muchos de ellos indocumentados, enfrentan condiciones laborales precarias, discriminación y el constante temor a la deportación en Estados Unidos. Además, su éxodo refleja una pérdida para México, la fuga de capital humano, de jóvenes y trabajadores que podrían contribuir al desarrollo del país si tuvieran oportunidades locales. En lugar de aprovechar este potencial, México se ha convertido en un país dependiente de los ingresos generados por quienes se fueron.
La narrativa oficial: ¿Triunfalismo o evasión?
El gobierno mexicano, tanto en la administración anterior como en la actual, ha hecho de las remesas un motivo de orgullo nacional. En comunicados oficiales, se resalta su impacto en el desarrollo humano y su papel como motor económico. Publicaciones en X, amplificadas por cuentas gubernamentales, celebran que México supere a países como China o Filipinas en la recepción de remesas. Sin embargo, esta narrativa ha generado críticas contundentes. Analistas y usuarios en redes, como @acastilloDC, argumentan que presumir las remesas como un logro es, en el mejor de los casos, miope, y en el peor, cínico. “No es un éxito que la gente tenga que irse para sobrevivir”, resume una opinión recurrente en plataformas digitales.
La crítica no es infundada. Celebrar las remesas sin abordar las causas de la migración —desigualdad, violencia, falta de empleo formal— equivale a aplaudir los síntomas de una enfermedad sin tratar su origen. México no ha logrado implementar políticas integrales para reducir su dependencia de estos flujos. Por ejemplo, mientras el gobierno destaca los avances en programas sociales como las Becas Benito Juárez o Sembrando Vida, que han reducido la pobreza extrema del 8.7% al 7.1% entre 2018 y 2022 según CONEVAL, la creación de empleo formal sigue estancada, con solo el 40% de los trabajadores en el sector formal. Asimismo, las estrategias de seguridad no han logrado desmantelar el poder de los cárteles, y la inversión en infraestructura en comunidades marginadas es insuficiente para generar desarrollo local sostenible.
Un desafío para el futuro
Las remesas no son solo un número en un informe económico; son un desafío político y moral. México necesita un cambio de paradigma, en lugar de glorificar el sacrificio de sus migrantes, el gobierno debe trabajar para que nadie tenga que irse por necesidad. Esto implica invertir en educación y capacitación para generar empleos de calidad, fortalecer el Estado de derecho para combatir la impunidad y el crimen organizado, y diseñar políticas migratorias que no solo celebren a los “héroes” en el extranjero, sino que faciliten su retorno y reintegración. De lo contrario, las remesas seguirán siendo un recordatorio de un México que, para muchos, solo existe como una añoranza.
El gobierno actual tiene una oportunidad para reorientar la narrativa y las políticas. Reconocer la contribución de los migrantes es válido, pero insuficiente si no va acompañado de un compromiso real para transformar las condiciones que los obligaron a partir. Porque mientras México siga dependiendo de los dólares que envían sus ausentes, cada récord en remesas será, en el fondo, una confesión de un Estado que no ha sabido estar presente para su gente.