Muere la buscadora y lideresa de mercados, Teresa González Murillo, tras atentado e intento de secuestro en Guadalajara
Además de liderar a los comerciantes ambulantes del centro de Guadalajara, se había convertido en un símbolo de resistencia desde que, en septiembre de 2024.
Guadalajara.- La muerte de Teresa González Murillo, conocida como Teresita entre sus seres queridos, no es solo una tragedia personal para su familia y su colectivo, Luz de Esperanza Desaparecidos Jalisco; es un reflejo crudo y doloroso de la vulnerabilidad extrema que enfrentan los buscadores de desaparecidos en México, particularmente las mujeres que, como ella, se atreven a desafiar tanto al crimen organizado como a la indiferencia institucional. Este miércoles, tras días de agonía en un hospital de Guadalajara, Teresita falleció a causa de las heridas que le dejaron tres hombres armados que irrumpieron en su casa la noche del 27 de marzo, intentaron secuestrarla y, al no lograrlo, le dispararon en el rostro. Su deceso no solo enluta a quienes la conocían, sino que pone en evidencia, una vez más, el abandono y la violencia sistémica que enfrentan quienes buscan justicia en un país donde los desaparecidos se cuentan por decenas de miles.
Teresita no era una figura anónima. Además de liderar a los comerciantes ambulantes del centro de Guadalajara, se había convertido en un símbolo de resistencia desde que, en septiembre de 2024, comenzó la búsqueda de su hermano Jaime González Murillo, desaparecido a sus 40 años en la capital jalisciense. Su activismo la llevó a enfrentarse no solo a las amenazas del crimen organizado —que, según su colectivo, eran recurrentes—, sino también a las autoridades locales, con las que mantenía una relación tensa. En un video que circula en redes, su voz resuena con fuerza en una protesta: “No somos uno ni somos cien. Somos miles los que exigimos justicia y esclarecimiento de nuestros desaparecidos. Seguiremos luchando”. Esa lucha, sin embargo, parece haber sellado su destino.
El ataque que terminó con su vida no fue un hecho aislado. Días antes, su hija de 15 años fue golpeada afuera de su secundaria por agresores que, según Héctor Flores, cofundador de Luz de Esperanza, se identificaron como “de la plaza”, un eufemismo que en México suele aludir a grupos criminales que controlan territorios. Teresita pidió ayuda a la policía de Guadalajara, pero esta nunca llegó. El intento de secuestro y el disparo en su rostro parecen ser la culminación de una escalada de violencia que las autoridades no supieron —o no quisieron— detener. “Por su condición de buscadora, pudiera ser parte del móvil”, apunta Flores, quien también señala la falta de respuesta oficial: incluso la noticia de su muerte les llegó primero por reporteros que por las instituciones.
El caso de Teresita no es una anomalía, sino parte de un patrón alarmante. En México, los buscadores de desaparecidos, en su mayoría mujeres, enfrentan una doble amenaza: la del crimen organizado, que ve en su labor una afrenta a su impunidad, y la de un sistema gubernamental que, cuando no es cómplice, se muestra indiferente. Basta mirar otros casos recientes para entender la magnitud del problema.
Lorenza Cano, secuestrada en Salamanca, Guanajuato, en febrero de 2024, sigue sin justicia: sus restos, hallados hace semanas, aún esperan confirmación oficial, mientras su familia ha sido diezmada por asesinatos. Magdaleno Pérez Santes, padre de una joven desaparecida en Veracruz, murió en marzo tras ser brutalmente golpeado por policías municipales. Héctor Aparicio, otro buscador de ese estado, lleva desaparecido desde enero. En todos estos casos, las investigaciones son un eco vacío: no hay detenidos, no hay avances, no hay respuestas.
En Guadalajara, la administración de Verónica Delgadillo García, de Movimiento Ciudadano, ha sido señalada por el colectivo de Teresita como un obstáculo más. Las cédulas de búsqueda que las familias colocan en espacios públicos son retiradas sistemáticamente “por un tema de imagen”, según Flores, quien denuncia la nula comunicación con el ayuntamiento. Ni siquiera tras la muerte de Teresita ha habido un pronunciamiento oficial. “Ojalá al menos alguna autoridad dé información”, lamenta Flores, resumiendo una frustración que comparten miles de familias en el país.
La muerte de Teresa González Murillo no es solo un número más en las estadísticas de violencia. Es un recordatorio de que, en México, buscar a los desaparecidos es un acto de valentía que a menudo se paga con la vida. Mientras las autoridades sigan mirando hacia otro lado y el crimen organizado actúe con impunidad, las palabras de Teresita —“seguiremos luchando”— resonarán como un grito de resistencia, pero también como una advertencia de lo que está en juego. La pregunta sigue sin respuesta: ¿hasta cuándo?