Promesas rotas: La cruda realidad de Sheinbaum y los maestros mexicanos
Sheinbaum prometió en campaña a maestros, salarios al nivel del IMSS, unos 17,000 pesos mensuales, y la revocación de las reformas pensionarias de 1997 y 2007.
CDMX.- Claudia Sheinbaum llegó a la campaña presidencial con un discurso que resonó fuerte entre los maestros, salarios al nivel del IMSS, unos 17,000 pesos mensuales, y la revocación de las reformas pensionarias de 1997 y 2007. Pero hoy, con el gobierno en sus manos, la historia es otra. "No hay dinero", dicen desde Palacio Nacional, y los maestros, que creyeron en esas promesas, se encuentran otra vez en la encrucijada.
Las reformas pensionarias que Sheinbaum prometió revertir no son un detalle menor. En 1997, bajo Ernesto Zedillo, y en 2007, con Felipe Calderón, México dio un giro hacia sistemas de contribución definida, alejándose de los beneficios definidos. Esto, en teoría, debía garantizar la sostenibilidad financiera, pero a costa de reducir las pensiones futuras para muchos trabajadores del sector público. Sheinbaum, alineada con la retórica de Morena, se presentó como la salvadora de estos derechos, pero la realidad fiscal pinta un panorama distinto.
El problema no es nuevo. En México, las promesas de campaña suelen chocar con la aritmética presupuestaria. Estudios del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) han señalado que los compromisos electorales rara vez consideran las limitaciones fiscales, lo que genera expectativas que, al final, no se cumplen. Y aquí estamos, con los maestros en pie de guerra, recordando a Sheinbaum que las palabras tienen peso, pero el dinero, al parecer, no alcanza.
Lo que está en juego no es solo un aumento salarial o una reforma pensionaria. Es la credibilidad de un gobierno que, apenas en el poder, ya enfrenta el escepticismo de quienes depositaron en él su confianza. Y mientras los maestros amenazan con paros, la pregunta que queda es: ¿cómo se reconstruye la fe en un sistema que parece condenado a repetir los errores del pasado? Porque prometer no empobrece, pero no cumplir, sí.