Trump va contra el tomate mexicano: impondrá aranceles de 20.91% a partir del 14 de julio
México produjo 3.46 millones de toneladas en 2023, de las cuales 1.8 millones se exportaron, principalmente a Estados Unidos.
CDMX.- Este lunes, el Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció la imposición de un arancel del 20.91% a los jitomates importados de México, efectivo a partir del 14 de julio. La decisión, que rompe con un acuerdo bilateral de 2019, refleja una postura proteccionista que no es nueva en la relación comercial entre ambos países. Según el comunicado oficial, el objetivo es “nivelar la cancha” para los productores estadounidenses, quienes, aseguran, han sido perjudicados por las importaciones mexicanas. Pero detrás de esta medida hay un contexto complejo que merece un análisis más profundo.
El acuerdo de 2019, negociado durante la primera administración de Donald Trump, buscaba evitar una investigación antidumping contra México, que en ese momento enfrentaba la amenaza de aranceles del 17.5%. Aquel pacto estableció precios mínimos para las exportaciones mexicanas y un mecanismo de inspección en la frontera, diseñado para garantizar que los jitomates no se vendieran por debajo de los costos de producción. Sin embargo, el Departamento de Comercio ahora argumenta que ese acuerdo no logró proteger a los agricultores estadounidenses, especialmente en estados como Florida y Georgia, donde la industria del tomate ha presionado por medidas más duras. Lo que no menciona el comunicado es que los productores mexicanos han cumplido consistentemente con las inspecciones, y no hay evidencia pública de que el pacto haya sido violado sistemáticamente.
México es un titán en la producción de jitomate. Según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), el país produjo 3.46 millones de toneladas en 2023, de las cuales 1.8 millones se exportaron, principalmente a Estados Unidos. Este flujo comercial genera 2.7 mil millones de dólares anuales y sostiene 400 mil empleos directos, además de un millón indirectos, en estados como Sinaloa, Michoacán y Jalisco. La frase del embajador Esteban Moctezuma resuena con fuerza: “Dos de cada tres tomates que se consumen en Estados Unidos crecen en campos mexicanos”. Este dominio del mercado no es casualidad; México ofrece precios competitivos, una cadena logística eficiente y un clima ideal para el cultivo, factores que Estados Unidos difícilmente puede igualar sin subsidios masivos.
La decisión estadounidense llega en un momento delicado. El 9 de abril, Moctezuma se reunió con exportadores mexicanos para explorar estrategias de defensa ante las autoridades estadounidenses, consciente de que los aranceles no solo afectan a los productores, sino que podrían encarecer el tomate para los consumidores al norte de la frontera. Estudios previos, como uno del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) de México en 2019, estimaron que aranceles similares incrementarían el precio del tomate en Estados Unidos entre un 10% y un 20%, golpeando a las familias de ingresos bajos que dependen de este producto básico.
El trasfondo político no puede ignorarse. La retórica proteccionista ha ganado terreno en Estados Unidos, alimentada por sectores agrícolas que ven en México una amenaza más que un socio. La salida del acuerdo de 2019 recuerda los episodios de la “guerra comercial” de Trump, cuando los aranceles se usaban como herramienta de negociación en temas que iban más allá del comercio, como la migración o la seguridad fronteriza. Aunque el contexto actual es diferente, la medida parece responder a presiones internas más que a una lógica económica sólida. Después de todo, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), vigente desde 2020, promueve el libre comercio agrícola, y este tipo de restricciones podría interpretarse como un incumplimiento del espíritu del acuerdo.
Para México, las opciones son limitadas pero no inexistentes. Puede apelar ante el Tribunal de Comercio Internacional de Estados Unidos, como hicieron cinco empresas en 2019 contra aranceles similares, o llevar el caso a un panel del T-MEC. También podría diversificar sus mercados, aunque Japón, Canadá y otros destinos representan solo una fracción de lo que absorbe Estados Unidos. Lo que está claro es que los aranceles no resolverán las ineficiencias de la agricultura estadounidense ni detendrán la dependencia de los tomates mexicanos. En cambio, arriesgan dañar una relación comercial que, hasta ahora, había sido un modelo de integración.
Esta no es solo una disputa sobre tomates; es un síntoma de las tensiones que persisten en la relación bilateral. Mientras Estados Unidos opta por el proteccionismo, México debe navegar con astucia un panorama donde el comercio, la política y los intereses locales se entrelazan de forma inseparable.